8-VIII-08
Por Alberto Duque López
El musical más popular de los últimos años, "Mamma mia!", basado en las canciones del cuarteto sueco ha sido convertido en una película que algunos rechazan por dulzona y romántica, pero que encierra una carga de nostalgia, ingenuidad y alegría que cae bien al corazón.
Esta es la historia divertida, nostálgica, alocada, tierna y banal de una mujer rubia llamada Donna Sheridan a quien a finales de los años 70, además de cantar en la playa con un grupo de amigas, beber hasta el alba en las islas griegas, emocionarse con las cosas más simples de la vida como las flores y las guitarras, le gustaba experimentar con distintos compañeros sentimentales y sexuales, hasta cuando queda embarazada de una niña y se refugia en la soledad de esas islas de ensueño.
Veinte años después, en la misma casa arruinada donde Donna sostiene, por encima de la cabeza de sus acreedores, un pequeño hotel que a veces los turistas buscan por el paisaje azul y oro que ofrece, esta mujer organiza la boda de su hija, Sophie, a quien nunca, por motivos elementales, ha podido revelar la identidad de su padre.
Donna (la espléndida Meryl Streep, llegando a los 60 años con vitalidad y buen humor contagiosos) y su hija (Amandan Seyfried, 23 años, estrella de televisión por primera vez en el cine), son los personajes principales de una comedia musical que algunos califican de tonta e inútil mientras otros la miramos como un homenaje a la nostalgia, el corazón, los buenos recuerdos, el amor y sobre todo, la ocasión de emocionarnos y sollozar en la oscuridad con las canciones del grupo Abba (sí, los mismos que aparecieron cuarenta años atrás, cuando éramos felices e inocentes).
El caso es que Donna quiere celebrar la boda de su hija con un chico nativo e invita a sus dos mejores amigas de largo tiempo, las mismas con quienes cantaba y bailaba en esas noches locas de hippies, drogas y sexo: Rosie (Julie Walters), escritora de éxito con sus libros sobre cocina y Tanya (Christine Baranski), casada y divorciada muchas veces y sometida a una dieta feroz.
Pero, sin que la madre sospeche, la hija urde un plan perfecto (luego de leer su Diario en el que describe sus encuentros sexuales con tres hombres en particular) e invita a quienes podrían ser sus padres: Bill Anderson (Stellan Skargard), un aventurero que recorre el mundo en su yate; Sam Carmichael (Pierce Brosnan), un poderoso empresario y arquitecto, y Harry Bright (Colin Firth), un banquero inglés elegante y distante quienes coinciden en su llegada y aportan las piezas sueltas de este rompecabezas sentimental. No importa cómo la chica consigue las direcciones de los tres amigos, ni cómo ellos aceptan participar de una boda junto a la fuente de Afrodita de donde se supone brota el amor. No importa. Las incongruencias en el cine y sobre todo en el cine musical, son permitidas. Como que los personajes canten, en vez de hablar (aunque, como en el caso de Brosnan sean un auténtico desastre), o bailen en vez de caminar (estos actores con tantos años se ven patéticos en sus movimientos nada ágiles), nada de eso importa, para nada.
Con la madre, la hija, el novio, las dos amigas y los tres amantes de muchos años atrás, paisajes asombrosos y la música pegajosa, la película que se titula “¡Mamma Mía!” es una delicia, sin tener la carga intelectual de otro proyecto parecido, “A través del Universo” de Julie Taymor. Esta, también fue dirigida por una mujer, Phyllida Lloyd, con una larga carrera en teatro y televisión.
A estas alturas hay que referirse a las raíces de esta historia, esta música, este derroche de miel y estos cantantes y bailarines rozados por los años, el musical del mismo nombre, inspirado en las canciones de Abba, musical que a estas alturas ha sido disfrutado por más de 40 millones de espectadores en 150 ciudades del mundo, en todos los idiomas. Se estrenó el 6 de abril de 1999 en Londres. En Broadway, un año después.
La historia de Abba es emocionante, pintoresca y típica de esa época. De un lado estaban los hombres, Benny Anderson y Björn Ulvaeus que tenían sus bandas y en 1969 decidieron grabar juntos una canción, además de aparecer en los conciertos del otro. Las dos chicas, Agnetha Faltskog y Annie.Frida Lyngstad, llevaban sus respectivas carreras y se conocieron con ellos en distintas presentaciones musicales, hasta cuando se convirtieron en parejas sentimentales, Agnetha y Björn; Benny y Annie-Frida, y comenzó la leyenda. En abril de 1970 aparecieron por primera vez como cuarteto, ante las tropas de la ONU acantonadas en Chipre. Fue más por diversión. Desarrollaron sus carreras individuales, lanzaron algunos sencillos, participaron en algunos concursos internacionales, impusieron su canción “Ring Ring” y el álbum del mismo nombre mientras buscaban el estilo que los consagraría, gracias a la combinación de las voces masculinas y femeninas.
En octubre de 1973 fue lanzado el nombre definitivo de Abba, acrónimo formado con la primera letra de cada nombre, y aunque correspondía a una empresa de mariscos, no les importó, pagaron los derechos y además, la primera B la colocaron al revés. Un año después fueron lanzados internacionalmente al ganar con su tema “Waterloo”. Luego vino su etapa de afianzamiento y brillo y dudas y mucho dinero con éxitos como “Money, Money”, “Dancing Queen”, “The winer takes it all”, “Chiquitita” y “Fernando”, entre otros, cancelación de conciertos, la disciplina y el reconocimiento que les llegaba poco a poco, la película mítica realizada por el maestro Lasse Hallstrom, las giras por todos los continentes, las grabaciones en castellano, sueco, alemán, japonés, francés e inglés, los primeros lugares en las listas, los nueve álbumes grabados en estudio que se siguen vendiendo, los divorcios y matrimonios, la utilización de sus canciones por otros grupos, las películas “Priscilla, reina del desierto” y “La boda de Muriel” que popularizaron algunas de sus canciones entre las nuevas generaciones, hasta llegar al musical “¡Mamma Mía!” que fue estrenado en 1999 y desde entonces figura como el más popular en la historia escénica. Lo curioso es que los cuatro artistas nunca aceptaron que el grupo se disolvió y por eso aparecieron hace poco en el estreno de la película en Londres. Sonrieron educadamente cuando un periodistas les preguntó si recordaban la oferta de mil millones de dólares si volvían a presentarse juntos en un concierto.
Catherine Johnson, autora del musical escribió el guión de la película y los bailarines, menos los actores de Hollywood, son los mismos de la puesta en escena, cuya directora, Lloyd, dio el salto al cine, sin aspavientos. En un gesto de audacia la película se estrenó en Estados Unidos, enfrentada a otra leyenda más peligrosa, con menos risas, menos picardía, menos música, menos ingenuidad, enmascarada.
Algo es evidente en esta película: los actores se divierten mucho. Por eso Meryl Strepp salta como una loca desde mesas y ventanas; Brosnan canta pésimo; Skargard muestra su trasero tatuado; Firth aparece con un collar de perro; Seyfried tiene cara de inocente mientras encuentra al padre desconocido, y los espectadores tarareamos en la oscuridad esas canciones inolvidables, en medio de escenas rebosantes de miel y lágrimas, sobre todo una de las finales, “The winner takes it all”, cuando Streep sube hacia la pequeña capilla, revelando su secreto amor por Brosnan y la cámara gira alrededor de ellos. En ese momento, ya los pañuelos se agotaron.
© NOTICINE.com
Por Alberto Duque López
El musical más popular de los últimos años, "Mamma mia!", basado en las canciones del cuarteto sueco ha sido convertido en una película que algunos rechazan por dulzona y romántica, pero que encierra una carga de nostalgia, ingenuidad y alegría que cae bien al corazón.
Esta es la historia divertida, nostálgica, alocada, tierna y banal de una mujer rubia llamada Donna Sheridan a quien a finales de los años 70, además de cantar en la playa con un grupo de amigas, beber hasta el alba en las islas griegas, emocionarse con las cosas más simples de la vida como las flores y las guitarras, le gustaba experimentar con distintos compañeros sentimentales y sexuales, hasta cuando queda embarazada de una niña y se refugia en la soledad de esas islas de ensueño.
Veinte años después, en la misma casa arruinada donde Donna sostiene, por encima de la cabeza de sus acreedores, un pequeño hotel que a veces los turistas buscan por el paisaje azul y oro que ofrece, esta mujer organiza la boda de su hija, Sophie, a quien nunca, por motivos elementales, ha podido revelar la identidad de su padre.
Donna (la espléndida Meryl Streep, llegando a los 60 años con vitalidad y buen humor contagiosos) y su hija (Amandan Seyfried, 23 años, estrella de televisión por primera vez en el cine), son los personajes principales de una comedia musical que algunos califican de tonta e inútil mientras otros la miramos como un homenaje a la nostalgia, el corazón, los buenos recuerdos, el amor y sobre todo, la ocasión de emocionarnos y sollozar en la oscuridad con las canciones del grupo Abba (sí, los mismos que aparecieron cuarenta años atrás, cuando éramos felices e inocentes).
El caso es que Donna quiere celebrar la boda de su hija con un chico nativo e invita a sus dos mejores amigas de largo tiempo, las mismas con quienes cantaba y bailaba en esas noches locas de hippies, drogas y sexo: Rosie (Julie Walters), escritora de éxito con sus libros sobre cocina y Tanya (Christine Baranski), casada y divorciada muchas veces y sometida a una dieta feroz.
Pero, sin que la madre sospeche, la hija urde un plan perfecto (luego de leer su Diario en el que describe sus encuentros sexuales con tres hombres en particular) e invita a quienes podrían ser sus padres: Bill Anderson (Stellan Skargard), un aventurero que recorre el mundo en su yate; Sam Carmichael (Pierce Brosnan), un poderoso empresario y arquitecto, y Harry Bright (Colin Firth), un banquero inglés elegante y distante quienes coinciden en su llegada y aportan las piezas sueltas de este rompecabezas sentimental. No importa cómo la chica consigue las direcciones de los tres amigos, ni cómo ellos aceptan participar de una boda junto a la fuente de Afrodita de donde se supone brota el amor. No importa. Las incongruencias en el cine y sobre todo en el cine musical, son permitidas. Como que los personajes canten, en vez de hablar (aunque, como en el caso de Brosnan sean un auténtico desastre), o bailen en vez de caminar (estos actores con tantos años se ven patéticos en sus movimientos nada ágiles), nada de eso importa, para nada.
Con la madre, la hija, el novio, las dos amigas y los tres amantes de muchos años atrás, paisajes asombrosos y la música pegajosa, la película que se titula “¡Mamma Mía!” es una delicia, sin tener la carga intelectual de otro proyecto parecido, “A través del Universo” de Julie Taymor. Esta, también fue dirigida por una mujer, Phyllida Lloyd, con una larga carrera en teatro y televisión.
A estas alturas hay que referirse a las raíces de esta historia, esta música, este derroche de miel y estos cantantes y bailarines rozados por los años, el musical del mismo nombre, inspirado en las canciones de Abba, musical que a estas alturas ha sido disfrutado por más de 40 millones de espectadores en 150 ciudades del mundo, en todos los idiomas. Se estrenó el 6 de abril de 1999 en Londres. En Broadway, un año después.
La historia de Abba es emocionante, pintoresca y típica de esa época. De un lado estaban los hombres, Benny Anderson y Björn Ulvaeus que tenían sus bandas y en 1969 decidieron grabar juntos una canción, además de aparecer en los conciertos del otro. Las dos chicas, Agnetha Faltskog y Annie.Frida Lyngstad, llevaban sus respectivas carreras y se conocieron con ellos en distintas presentaciones musicales, hasta cuando se convirtieron en parejas sentimentales, Agnetha y Björn; Benny y Annie-Frida, y comenzó la leyenda. En abril de 1970 aparecieron por primera vez como cuarteto, ante las tropas de la ONU acantonadas en Chipre. Fue más por diversión. Desarrollaron sus carreras individuales, lanzaron algunos sencillos, participaron en algunos concursos internacionales, impusieron su canción “Ring Ring” y el álbum del mismo nombre mientras buscaban el estilo que los consagraría, gracias a la combinación de las voces masculinas y femeninas.
En octubre de 1973 fue lanzado el nombre definitivo de Abba, acrónimo formado con la primera letra de cada nombre, y aunque correspondía a una empresa de mariscos, no les importó, pagaron los derechos y además, la primera B la colocaron al revés. Un año después fueron lanzados internacionalmente al ganar con su tema “Waterloo”. Luego vino su etapa de afianzamiento y brillo y dudas y mucho dinero con éxitos como “Money, Money”, “Dancing Queen”, “The winer takes it all”, “Chiquitita” y “Fernando”, entre otros, cancelación de conciertos, la disciplina y el reconocimiento que les llegaba poco a poco, la película mítica realizada por el maestro Lasse Hallstrom, las giras por todos los continentes, las grabaciones en castellano, sueco, alemán, japonés, francés e inglés, los primeros lugares en las listas, los nueve álbumes grabados en estudio que se siguen vendiendo, los divorcios y matrimonios, la utilización de sus canciones por otros grupos, las películas “Priscilla, reina del desierto” y “La boda de Muriel” que popularizaron algunas de sus canciones entre las nuevas generaciones, hasta llegar al musical “¡Mamma Mía!” que fue estrenado en 1999 y desde entonces figura como el más popular en la historia escénica. Lo curioso es que los cuatro artistas nunca aceptaron que el grupo se disolvió y por eso aparecieron hace poco en el estreno de la película en Londres. Sonrieron educadamente cuando un periodistas les preguntó si recordaban la oferta de mil millones de dólares si volvían a presentarse juntos en un concierto.
Catherine Johnson, autora del musical escribió el guión de la película y los bailarines, menos los actores de Hollywood, son los mismos de la puesta en escena, cuya directora, Lloyd, dio el salto al cine, sin aspavientos. En un gesto de audacia la película se estrenó en Estados Unidos, enfrentada a otra leyenda más peligrosa, con menos risas, menos picardía, menos música, menos ingenuidad, enmascarada.
Algo es evidente en esta película: los actores se divierten mucho. Por eso Meryl Strepp salta como una loca desde mesas y ventanas; Brosnan canta pésimo; Skargard muestra su trasero tatuado; Firth aparece con un collar de perro; Seyfried tiene cara de inocente mientras encuentra al padre desconocido, y los espectadores tarareamos en la oscuridad esas canciones inolvidables, en medio de escenas rebosantes de miel y lágrimas, sobre todo una de las finales, “The winner takes it all”, cuando Streep sube hacia la pequeña capilla, revelando su secreto amor por Brosnan y la cámara gira alrededor de ellos. En ese momento, ya los pañuelos se agotaron.
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