5-VII-08
Muchos no han podido olvidar la tarde y la noche del jueves 4 de diciembre de 1986 cuando varios edificios y calles de Bogotá se convirtieron en escenarios de una de las peores tragedias de todos los tiempos, resumida así al día siguiente por el escritor y periodista Germán Santamaría en el diario El Tiempo: "En una acción infernal, sin antecedentes en el país, un psicópata colombiano ex combatiente de la guerra de Vietnam asesinó anoche a 22 personas en Bogotá. El desquiciado sujeto -cuyo padre se suicidó hace 38 años bajo un palo de mango, en Bucaramanga- mató a su propia madre, incendió su residencia, recorrió los demás apartamentos, eliminó a cuatro universitarias, luego se dirigió al restaurante Pozzetto, donde comió y bebió sin prisa, y dio muerte a otras 14 personas".
Juan Gossaín, hombre de radio y escritor, diría esa noche mientras encabezaba una emocionada transmisión: "En un país donde una masacre empuja a la otra, no hay tiempo de hacer los duelos". Con los sucesos de Virginia Tech, aquellos han alcanzado una vigencia macabra. 16 años después, el escritor colombiano Mario Mendoza (a quien el asesino en serie, Campo Elías Delgado, había contactado en varias ocasiones en el campus de la universidad Javeriana), ganó el Seix Barral con esa historia, "Satanás".
Ahora, un joven guionista y director, Andrés Baiz lanza su primera película en España sobre el mismo tema. Supuestamente, el círculo se cierra. porque el personaje, las víctimas, los escenarios, el significado del Mal en un territorio tan violento como Colombia y otros elementos han recuperado su vigencia mientras la novela sigue siendo reeditada y la película avanza su camino feliz por festivales internacionales.
En un país como Colombia, donde la gente prefiere no tener memoria sobre la violencia cotidiana, el personaje y la historia sangrientos de Campo Elías Delgado se mantienen frescos. Alguien lo recuerda: "lleno de contradicciones, de 51 años, leía bastante, era inteligente, culto y solitario. Se ufanaba de su paso por el ejército norteamericano y criticaba el desorden y subdesarrollo colombianos, comparándolo con la limpieza y la funcionalidad de esa otra sociedad. Usualmente insultaba a los mendigos y detestaba cualquier tipo de marginalidad. Se mostraba como un ser fuerte e inmaculado. Sin embargo, esta rigidez le impedía desarrollar un punto de fuga a tanto control". Cabe anotar que el psiquiatra colombiano Luis Carlos Restrepo (actual consejero de Paz del presidente Alvaro Uribe), fue el único que se fijó esa noche de la masacre en un hecho curioso: el asesino había entrado en el restaurante con cierto libro en el bolsillo.
Sobre la película: uno se remueve inquieto en la butaca y en la oscuridad se prepara para lo peor que se avecina porque la historia ya mostró una joven madre que asesinó a sus hijos, y una violación, y la venganza y uno se remueve y piensa hasta dónde nos afectará ese inevitable baño de sangre.
Entonces, gracias al director y guionista Andrés Baiz que apenas tiene 33 años, hay una pausa, un respiro, un paréntesis y uno siente la vuelta de tuerca, cuando el personaje llega a casa de la alumna con quien estudia, saluda a la madre (Damián Alcázar pertenece a la escuela de Al Pacino, apenas hace gestos, apenas se mueve), pregunta por la niña y se escucha, no se ve, la tráquea fracturada y luego aparece el cuerpo de la madre, piadosamente desgonzado.
Ahí estalla todo, pero con un lenguaje contenido, con una mesura que asombra, con una delicadeza que se agradece, sin litros de sangre, apenas con la información visual que el espectador necesita para saber que ese hombre ya no está entre los vivos y, como dijo el siquiatra Luis Carlos Restrepo, no mató por haber ido a Vietnam sino al revés, fue a Vietnam dos veces porque necesitaba matar y al regresar a Bogotá sintió que ese diciembre ya no tendría remedio.
Entonces acuchilla a la niña, sale y asesina a su madre, incendia el apartamento, mata a las vecinas y sale hacia el restaurante donde Baiz, dueño de todos sus recursos escenifica una de las peores páginas del crimen en Colombia. Uno se agarra a la butaca y siente que tiene ante los ojos la película de un director llamado para una carrera brillante.
El estallido o "Big Crunch" sentido por el escritor Mario Mendoza con su novela, en una Colombia destrozada por la violencia, la insania, la intolerancia y el Mal, se halla entero en una película que comenzó esa tarde de diciembre cuando Campo Elías Delgado buscó en los pasillos de la Javeriana a ese estudiante que ya quería ser escritor, y no lo encontró. Durante estos años, Mendoza se ha preguntado qué quiso decirle el asesino. La respuesta la encontramos en esta película imprescindible. Austera. Significativa.
Mendoza recuerda a Campo Elías
El novelista Mario Mendoza, ha contado en varias ocasiones sus encuentros con un personaje singular como Campo Elias Delgado: "A finales de 1986 yo era un estudiante de letras que estaba terminando su tesis de grado en una universidad de Bogotá. Un profesor me envió a un sujeto que pasaba ya de los cuarenta años de edad y que estaba interesado en el tema de los dobles, es decir, en aquellos famosos personajes literarios (William Wiison, Harry Jekyll) cuya personalidad se quiebra y se fragmenta hasta el punto de obligarlos a vivir dos vidas contrapuestas en dos individuos diferentes. El hombre en cuestión se llamaba Campo Elías Delgado y estaba matriculado en la Facultad de Educación. Simpatizamos rápidamente y compartimos el material bibliográfico que yo había recogido para mi monografía.
Campo Elías era un lector voraz, agudo, y me di cuenta enseguida de que era un solitario amargado cuyo único aliciente en la vida era el silencioso placer de la lectura. El último día que nos vimos nos tomamos un café y discutimos sobre Egaeus, aquel personaje de Poe que termina arrancándole los dientes a su amada en un lóbrego cementerio nocturno.
Al día siguiente, Campo Elías apareció en todos los medios de comunicación como el autor de una serie de asesinatos que sobrepasaba las veinte víctimas. Los noticieros de televisión informaban que el criminal había matado primero a una alumna suya y a otra mujer que la acompañaba, luego a su propia madre y a unos vecinos, y finalmente había entrado en una pizzería y había disparado indiscriminadamente sobre la mayoría de la clientela reunida allí para cenar. Los periodistas afirmaban que Campo Elías había sido héroe de la guerra de Vietnam y que desde entonces se encontraba trastornado y con graves problemas psicológicos.
El psiquiatra colombiano Luis Carlos Restrepo fue el único que se fijó en un hecho curioso: el asesino había entrado en el restaurante con un libro en el bolsillo: El extraño caso del doctor Jekyll y mister Hyde, de Robert Louis Stevenson. Restrepo escribiría más tarde en una revista una frase que quedó grabada en mi memoria para siempre: "la clave de los crímenes está en ese libro". Bien, viví quince años con estos sucesos en la cabeza, y el personaje de Campo Elías, con quien yo había compartido breves pero maravillosas conversaciones literarias, me persiguió día y noche sin darme tregua ni respiro. Intenté en un par de oportunidades escribir un relato al respecto pero fracasé desde los primeros renglones. No estaba listo. Había que dejar pasar el tiempo.
Mientras tanto, otras historias que habían sucedido por la misma época también continuaban en el tintero: una muchacha ingenua que robaba con destreza a altos ejecutivos, un pintor habitado por fuerzas misteriosas y un sacerdote que había tenido que enfrentarse a un caso de posesión satánica en La Candelaria, el barrio colonial de Bogotá. Poco a poco estos personajes se fueron fundiendo, amalgamando, hasta que terminaron encontrándose con Campo Elías para conformar una novela que desde el comienzo supe que se llamaría Satanás.
Durante su escritura visité los lugares donde ocurrieron los hechos, entrevisté algunos testigos y recogí todo el material que se publicó sobre la matanza. Pero nunca perdí de vista ciertos acontecimientos fundamentales: que yo había estado cerca del asesino, muy cerca, que mis ideas literarias y las suyas eran bastante similares, y que quizás esa proximidad que yo había tenido con él escondía, en el fondo, un vínculo que no era mera casualidad".
"Satanás soy yo", dice el novelista
Invitado por la Feria del Libro en Miami, Mario Mendoza presentó su novela "Satanás" y al final resumió sus impresiones sobre Bogota: "Otro factor que hay que tener en cuenta es que ese lenguaje rápido, veloz, de acción instantánea, tiene la pretensión de nombrar la ciudad, de penetrarla, de llegar hasta el fondo de sus raíces más profundas. Y otra vez lo mismo: no le podré dar nombre a un territorio si no lo conozco corporalmente. Hablamos mucho sobre la ciudad, divagamos, pero pocas veces, en mitad de la Carrera Séptima con la Avenida Diecinueve, por ejemplo, hemos cerrado los ojos y nos hemos concentrado en las voces que nos llegan, voces de empleados, de secretarias, de estudiantes, voces con acento del Caribe, de Cali, de los llanos orientales, voces extranjeras, voces de vagabundos atiborradas de una jerga incomprensible.
Olvidamos con frecuencia que la ciudad es un cúmulo de sonidos permanentes: pitos, murmullos, ruidos de motores y de tacones contra el asfalto, música que llega hasta nosotros desde los almacenes y desde los radios de los buses que se detienen en los semáforos, gritos de vendedores ambulantes y voceadores de revistas y periódicos. La ciudad como sonido que no se detiene, flujo ininterrumpido de vibraciones que ataca nuestros oídos durante las veinticuatro horas del día.
Tampoco hemos cerrado los ojos y hemos olido el lugar en el que vivimos: el olor del aceite quemado de las frituras en la calle, el olor que despiden los exhostos de los autos, el olor de las lociones, los desodorantes y los jabones perfumados de los que se cruzan con nosotros, el olor de la basura (inconfundible, agrio, amenazante), el del pan fresco, el de los buñuelos y las empanadas; y entre esos olores, otra vez, mezclándose en una receta funesta y venenosa, el violento ruido de los taladros y las herramientas de construcción, el de los aviones cruzando ese cielo gris y nublado y lluvioso de nuestra metrópoli desordenada y caótica.
¿Cómo nombrar la ciudad, cómo darle a Bogotá una carta de identidad literaria, un tono que la haga única, que le otorgue un rostro, que la convierta en ella misma? Respuesta: desdoblando el cuerpo de quien percibe, multiplicándolo, acelerándolo vertiginosamente.
Satanás no es el mal, ni el demonio, ni la perversidad. Técnicamente hablando, Satanás soy yo, mi cuerpo anfibio, mi cuerpo lombriz, mi cuerpo abeja, mi cuerpo mosca que durante toda la narración sufrió metamorfosis de alta velocidad para poderse transformar de página en página y de capítulo en capítulo. He sido tapa de alcantarilla en el barrio Egipto, poste de la luz en Bellavista, ladrillo partido en Ciudad Bolívar, puerta de iglesia en La Candelaria, cemento, bombilla, sacerdote, cobija, atardecer, lluvia, nube, he sido un cuadro de Gauguin y uno de Géricault, he sido taxi y mujer violada, y asesino y mendigo y ladrón y vaso de whisky y cama de motel, y he sido una canción de Mecano, y he sido un hombre llamado Campo Elías que ha entrado a un restaurante a sangre y fuego. He sido, en suma, una ciudad buscando desesperadamente un nombre, un adjetivo, un verbo y un predicado que la rescate del olvido".
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