21-VIII-08
Por Angeles González-Sinde (*)
Leí la novela de Elvira Lindo apenas llegó a las librerías. Me gustan los personajes de Elvira y su manera de narrar, el tono tan difícil con el que equilibra cotidianidad con los grandes temas, humor con reflexión, ternura con dureza. Tardé muy poco en acabar la novela. En realidad, la devoré. Había algo en la voz de la narradora, la voz de Rosario, que me impelía a seguir leyendo. Página tras página, sin adelantar nada, intuyes que está por confesar algo grave, uno de esos acontecimientos inesperados que pueden cambiar el rumbo de una vida.
Cuando me planteé la adaptación, lo que más me interesaba era conservar ese deseo voraz de seguir escuchando la historia. Para ello pensé en desarrollar más a fondo lo que en la novela son las últimas páginas y fragmentarlo en tres bloques. Así, la narración cinematográfica avanza dando saltos adelante y atrás en el tiempo, indagando en una situación que parece importante, pero de la que no tenemos muchos datos, y deteniéndonos en seco para volver al pasado.
La historia me atrajo por la cotidianidad. En general, me interesa la ficción que espía la intimidad de las personas comunes y, muy particularmente, sus conflictos morales. Los conflictos de Rosario y los otros dos personajes que la acompañan, Morsa y Milagros, me resultan muy representativos de la ética de nuestros tiempos. El miedo al compromiso por un lado, pero el miedo a la soledad por otro. La precariedad laboral y de los vínculos afectivos frente al inescapable sostén de las herencias familiares que pesan como una losa.
Rosario, Milagros y Morsa quieren cambiar su vida, pero las opciones que la vida o la sociedad les ofrece son pocas. Juegas el juego o no juegas. No hay término medio. Los tres, en modos muy distintos, intentan crear su propio manual de instrucciones para la vida, seguramente con reglas equivocadas. Y con trampas.
Son personajes varados cuando se inicia la historia, responsables de sus situaciones personales, culpables pero inocentes a la vez. Rosario ha tirado la toalla antes de empezar a jugar siquiera y ese proceso, el proceso de motivación de alguien pasivo, el proceso desde lo mortecino a la vitalidad, a tomar las riendas de la propia vida, siempre me resulta atractivo. Más todavía si hay momentos para subrayar el humor, lo ridículo o contradictorio de nuestras conductas, como en este caso.
Rosario escapa a su “destino” porque se mezcla con Milagros y con Morsa y porque se tiene que hacer cargo de su madre. Me gustan las historias en las que mediante la vinculación con el otro la propia vida cobra significado y podemos resolver, si no todos los conflictos, al menos los internos.
Espero que la mezcla de los espectadores con estos personajes también produzca algún que otro terremoto emocional, al menos por 96 minutos.
(*) Angeles González-Sinde, guionista, realizadora y presidenta de la Academia del Cine, estrena este viernes 22 de agosto su nuevo film, una adaptación realizada por ella misma de la novela de Elvira Lindo "Una palabra tuya".
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