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IBEROAMERICA

Se inicia en la Habana una retrospectiva del brasileño Joaquín Pedro de Andrade

26-VIII-08

Hay autores a los que basta una obra para trascender, y en el caso del carioca Joaquín Pedro de Andrade, al cual rinde homenaje este mes la Cinemateca de Cuba en uno de sus ciclos, ésta sería la imprescindible “Macunaíma”, de la que hablaremos después; sin embargo, cuando uno se detiene en el resto de la producción del artista, repara en que hay mucho más, valioso y representativo, y es justamente la oportunidad que todos tendremos para acercarnos a una de las poéticas más seductoras del cine brasileño en las décadas que van desde los años 60 (que enmarcan el revolucionario Cinema Novo) hasta principios de los 80 del pasado siglo.

Este ciclo que esta noche se inaugura en la sala “Chaplin” de la Cinemateca de Cuba, se hace eco de la restauración de la obra “andradeana”, la cual implicó tres años de trabajo. Dicho proyecto ejemplar y sin precedentes – se trata de la primera iniciativa de tratamiento digital de una filmografía completa en alta definición hecha en Brasil – fue llevado a cabo por Filmes do Serro, con el apoyo de la Cinemateca Brasileña, Teleimage, y patrocinado por Petrobras, con la colaboración no menos decisiva de los Ministerios de Cultura y Relaciones Exteriores del “gigante sureño”, la Unión Latina y el Consulado de Francia. Mas todo hubiera sido incompleto sin el tesón y el esfuerzo de María G.A. de Andrade, hija del cineasta, gracias a la cual pudo ser apreciada la presente retrospectiva en la más reciente edición del Festival Internacional del Nuevo Cine latinoamericano, y ahora lo hace la siempre vanguardista institución-museo de las calles 23 y 12.

Nacido en Minas Gerais (importante centro sociocultural del sudeste brasileño) aunque radicado desde muy joven en Río de Janeiro (sin dudas, la “capital” artística e intelectual del país), Joaquín Pedro de Andrade creció en un clima de letras y saber ( el poeta Manuel Bandeira, por ejemplo, era asiduo en su casa, y a él dedicó su opera prima: “O Poeta do castelo”-El poeta del castillo-, que en sólo 11 minutos diseña un hermoso retrato del importantísimo bardo) y aunque graduado en Física, pronto se inclinó por el cine para crear la productora Saga Filmes dentro de la cual se inició en ese mundo realizando cortos, y enseguida comenzar a perfeccionar su olfato cinematográfico estudiando en París, Londres y Nueva York. Pronto se lanza “en grande” al rubricar uno de los episodios ( “Corazón de gato”) del largo de ficción “Cinco veces favela”, y el bien recibido documental “Garrincha, alegria do povo”, premiado en Berlín, en torno al célebre futbolista, pero que es mucho más: nos contagia de la pasión y el entusiasmo por el “deporte nacional” de los sudacas todos.

Debutó en el largo de ficción en 1966 con “O padre e a moça” (El cura y la muchacha) que focalizó tanto la miseria como la represión sexual (tan relacionadas) en un pequeño pueblo (ya sabemos: infierno grande) de Minas Gerais. Ambos títulos lo entronizaron en el naciente Cinema Novo, junto con Glauber Rocha, Nelson Pereira Dos Santos, Carlos Diégues y Ruy Guerra, movimiento del que daría fe, partiendo de algunos de sus rodajes y lanzamientos, en el documental homónimo realizado en coproducción con Alemania.

Sin embargo, como decíamos, el aporte mayor del cineasta significó su lectura fílmica de la novela “Macunaíma”, escrita por el controvertido pero respetado escritor Mario de Andrade, uno de los cultores del movimiento tropicalista, que ha hecho extender por tanto, según el criterio de más de un estudioso, ese importante torbellino de las letras y el arte brasileños al que, en las imágenes móviles, lideró Glauber; sí: para algunos (dentro de los que no vacilo en incluirme) ese filme representa la línea tropicalista del Cinema Novo, ya en sus finales, caracterizada por un estilo barroco y altamente metafórico: todo él es una gran alegoría sobre los impulsos devastadores del capitalismo, para lo cual se basa en el tropo caníbal, en las transiciones raciales, en los contrastes civilización/ barbarie dentro de una suerte de “Odisea” brasilerísima (el avatar del antihéroe transcurre desde la selva a la gran ciudad, uno de los grandes temas de discusión de la intelectualidad que abrigó esa tendencia estética): narración onírica y caótica donde los límites son muy borrosos, Joaquím parodia aquella superada etapa de la chanchada y nos recuerda la edad dorada de su actor protagónico (ese mito llamado Grande Otelo), juega con los acontecimientos políticos del momento y trastoca las figuras mitológicas de la cultura popular, aplicándoles una delirante y muy sui géneris visión.

Pero (también lo apuntábamos) éste no es ni con mucho lo único a valorar en el significativo cineasta carioca: otros largos suyos convocan siempre a la polémica, y se involucraron en cismáticas controversias culturales de la época, que aún en muchos casos mantienen absoluta vigencia; por ejemplo, “Los inconfidentes” (1962) con guión del director y Eduardo Escorel, basado en diálogos tomados de “O romanceiro da Inconfidência”, de Cecília Meireles, ofrece su propia versión de los hechos alejado de la “Historia oficial” en una interesante reflexión sobre el papel de la intelectualidad en la política, mientras en “Guerra conyugal”, siempre fiel a las fuentes literarias, adapta esta vez cuentos de Dalton Tervisan, y volcado a la ciudad de Curitiba, radiografía sus gentes, casos y cosas particularizando en complejos eróticos y fantasías sociales.

Como documentalista, sin embargo, De Andrade no se queda detrás, accionando una recia e imaginativa cámara que atrapa la médula de fenómenos, personajes y/o sucesos a los que se acerca deslumbrado; ahí encontraremos su testamento “Brasilia: contradicciones de una ciudad nueva” (1968) o “El lenguaje de la persuasión” en torno a la manipulación que emprenden las modernas técnicas de propaganda y marketing, que aunque fuera una obra encomendada por la SENAC (Servicio Nacional de Aprendizaje Comercial), trasciende con ventaja el “encargo” gracias a su análisis enjundioso sobre la sociedad brasileña. Sin olvidar por supuesto “O Alejaidinho” (1978) sobre el gran escultor Antonio Francisco Lisboa, vida tan apasionada como difícil a la que él nos acerca desde su lúcida imagen.

Por muy serios o hasta trágicos que sean los hechos que el cineasta refleja, su veta humorística y de habitual tan corrosiva le brota casi siempre; ahí está para demostrarlo esa delirante comedia que es “O homem do Pau-Brasil”, donde una actriz y un actor dan vida indistintamente al padre del modernismo brasileño, Oswald de Andrade, líder a su vez del Manifiesto Antropofágico en donde se inserta la novela “Macunaíma”.

Como vemos, De Andrade llevó a la pantalla muchas de las inquietudes e ideologemas de esa renovadora línea estética que podemos considerar legítimamente una suerte de prólogo a la posmodernidad latinoamericana, esa “Antropofagia” con la cual, la intelectualidad paulista, brasileña en general, exhibía su hambre ( mejor: su voracidad) cultural en busca de la definición identitaria, o para decirlo con palabras de un gran estudioso de estos fenómenos, el colombiano Carlos Jáuregui, un “movimiento de vanguardia, atravesado ciertamente por el problema de la cultura nacional: definir una literatura o arte propio y a la vez hacer parte de una Modernidad que por momentos se sentía ajena: pero ‘Antropofagia’ fue también muchas otras cosas. El movimiento por ejemplo, releyó irónicamente el archivo colonial; enarboló el canibalismo como signo contra las academias y la literatura indianista, y como metáfora carnavalesca y de choque entre la modernidad y la tradición (especialmente en lo relativo a la moral y el catolicismo); asimismo elaboró un tropo digestivo de la formación de una cultura nacional y a la vez cosmopolita y moderna”.

Todo lo cual fue reflejado en la pantalla por este inquieto artista, Joaquín Pedro de Andrade, que si bien integró el Cinema Novo, lo superó para capturar, trasmitir y compartir una imagen inteligente y sensible de su, nuestro, eterno y apasionante Brasil.

© Frank Padrón (Cuba)-NOTICINE.com

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